martes, 30 de agosto de 2011

Yesterday: the night before tomorrow.

Aquel día llamamos al conocido como "El teléfono de la Esperanza", aunque nunca supe muy bien para qué podía servir esa llamada. No se si llamábamos a un número que podía darnos esperanza o que podía arrebatárnosla. 
Éramos cuatro chicas y un cuarto oscuro, cualquier día es válido para situar esta historia, cualquier fecha de cualquier año, a cualquier edad. Al teléfono tan solo le dió tiempo a sonar una vez antes de que alguien, ansioso por escuchar las desgracias ajenas, lo cogiera. 


¿Y qué pensar de un número que en la agenda figuraba como "Teléfono de la Esperanza"? ¿Tan poca debíamos tener?
Vaya, supongo que planear un suicidio colectivo es lo que tiene, que esperanza es lo que te falta para cada cosa que haces. Y lo cierto es que era una situación un tanto rara, cuatro desconocidas, adolescentes, reunidas para despedirse de nadie. Éramos extrañas, absolutas desconocidas para los demás, entre nosotras, para nosotras, y para la vida. Y eso era ya lo que menos importaba.


Nadia fue la primera en hablar con aquel señor desconocido al otro lado de la línea, que esperaba darle solución a unas vidas desperdiciadas, a unas vidas que nada significaban, tan solo una pérdida de espacio y silencio.
- Hola, soy Carlos, cuénteme.
- ¿Qué he de contarle?
- Si ha llamado usted a este número significa que tiene algo que contar, vamos, no sea tímida.
- Si he llamado a este número es precisamente porque nada tengo que decir, ¿o acaso quieres que te venga con la misma mierda que escuchas cada día? Debes estar contaminado hasta la médula de la gente que llama para decir siempre lo mismo.
- ¿Entonces para qué ha llamado?
- Llamo para reírme de vuestro acto de bondad, o vuestro intento más bien. Si piensan que aquí alguien va a encontrar la esperanza que no encuentra en otro sitio, si piensan que las jodidas almas en pena de este mundo van a sobrevivir por una llamada, significa que vosotros también estáis muertos en vida.
- Me gustaría compartir lo que dice, pero dudo que esté en lo cierto. Y si lo que quiere es alguien inocente para culparle de todas sus desgracias, está llamando al sitio equivocado.
- Ahora le daré la verdadera razón: Somos cuatro chicas, no nos conocemos entre nosotras, tan solo nos hemos escondido con el propósito de suicidarnos y compartir nuestro último momento con alguien que pueda comprendernos realmente. Por motivos de seguridad, y para poder hacer esto realidad, no hemos podido confiarle a nadie nuestra guarida, ni siquiera para venir a recoger nuestros desechos. Así que le voy a dar cuatro teléfonos, cada número es el del familiar más preciado para cada una de nosotras. Y como hablo en nombre de todas, le pido el favor de avisarlos en una hora y media, facilitándole la dirección que en seguida voy a darle, para que recojan nuestros cuerpos y puedan enterrarlos, quemarlos, disecarlos o tirarlos a la basura.
- ¿Estáis seguras de lo que hacéis? Luego ya no habrá lugar para arrepentimientos... ¿No hay nada que pueda hacer ni decir para que cambiéis de opinión?
- Lo siento, pero no. Aunque tal vez tú lo sientes más, yo ya no siento nada.


Tras darle la dirección a aquel desconocido, Carlos, había llegado el momento. Justo cuando Nadia le estaba dando las gracias (no muy sinceras, pues lo poco que he podido conocer de ella en dos días es que nada le importa más que morir), le arrebaté el teléfono de las manos y me dispuse a hablar:
- Oye, ¿sigues ahí?
- Vaya, otra desconocida. Dime, ¿hay algo que quieras decir antes de cometer el peor y último error de tu vida?
- Tan solo me gustaría que supieses, o que le hicieses saber a mi padre que lo hago porque de verdad tengo las peores razones que un ser humano puede tener.
- Y bien, ¿cuál es tu razón?
- Dile a papá que creo que voy a ser un desastre toda la vida... Y que no se le olvide buscarme en el orfanato donde me dejó.

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