Una vez, estando con mi padre, nos encontramos dos ratones en el suelo. No se movían ni hacían ruido, no hacían absolutamente nada. Le pregunté a mi padre que por qué estaban allí quietos, y el me contestó que se habían ido al cielo... ¡Qué tontería! ¡Si estaban allí en el suelo!
Entonces entendí que al ser aplastados se habían convertido en pájaros, aquellos pájaros que volaban de un lado a otro sin un rumbo aparente y que se paraban en los árboles del patio trasero para explicarnos su trágica historia cada mañana. Todo tenía sentido.
Un poco más tarde, cuando murió mi abuela, comprendí que todos nos convertiríamos en pájaros algún día. No era mal destino, aunque yo nunca he sido gran amiga de las alturas. Pero, un día, me encontré con un pájaro muerto... Y no lo entendí.
Tan solo soy alguien que sueña con pájaros cada vez que teme a la muerte.
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