jueves, 29 de marzo de 2012

Leyendas que añoro creer.

Dicen por ahí que, de pequeños, una imagen fija se nos viene a la mente antes de quedarnos dormidos cada noche. Suelen ser recuerdos felices.
Hasta hace relativamente poco, me pasé toda mi infancia empezando mis sueños con una imagen concreta: Una mano de bebé dentro del puño de un hombre adulto.


Con bastante frecuencia me venían destellos, otras veces se quedaba hasta que conseguía dormirme del todo, y otras, simplemente, aparecía mientras pensaba. Me pasé todos esos años intentando adivinar de qué se trataba, y eso que sólo era una niña.
Años más tarde, en mi adolescencia, leí algo sobre el tema de esas imágenes recurrentes, y entonces pensé que podía saber de qué se trataba. Mi deducción fue, ha sido y será esta: Esa imagen era un recuerdo involuntario, y posiblemente, feliz. No era más que mi mano sobre la de mi padre, algo que quizás mis ojos vieron, mi mente capturó y mi recuerdo no alcanzaba. De hecho, quizás debiera asegurar que dibujaba un recuerdo feliz, de los más felices que me quedan, en esos tiempos en los que el mundo apenas dolía. Pero tan sólo debiera, pues, como dicen por ahí, son solo leyendas.

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