Y pasase lo que pasase, de todos modos, ya se lo que va a ocurrir:
Mi madre (que debe estar preocupadísima por mi intento de suicidio) se recuperará del susto y continuará preguntándome qué voy a hacer con mi vida, porque no soy igual a las otras personas, ya que, al fin y al cabo, las cosas no son tan complicadas como yo pienso que son. "Fíjate en mí, por ejemplo, que llevo años casada con tu padre y procuré darte la mejor educación y los mejores ejemplos posibles".
Un día me canso de oírle repetir siempre lo mismo y, para contentarla, me caso con un hombre a quien yo misma me impongo amar. Ambos terminaremos encontrando una manera de soñar juntos con nuestro futuro, la casa de campo, los hijos, el futuro de nuestros hijos. Haremos mucho el amor el primer año, menos el segundo, a partir del tercero quizá pensaremos en el sexo una vez cada quince días y transformaremos ese pensamiento en acción apenas una vez al mes. Y, peor que eso, apenas hablaremos. Yo me esforzaré por aceptar la situación, y me preguntaré en qué he fallado (para seguir el protocolo), ya que no consigo interesarlo, no me presta la menor atención y vive hablando de todo aquello que no somos.
Cuando el matrimonio apenas esté sostenido por un hilo, me quedaré embarazada. Tendremos un hijo, pasaremos un tiempo más próximos uno del otro y pronto la situación volverá a ser como antes. A partir de eso, empezaré a engordar y, sistemáticamente, a seguir un duro régimen que ni siquiera da resultado, así que tomaré algunas drogas mágicas para no caer en la depresión. La gente nos considerará siempre una pareja feliz y nadie sabrá lo que existe de soledad, de amargura, de renuncia, detrás de toda esa aparente felicidad. Esto ocurrirá hasta que un día, cuando mi marido tenga su primera amante, yo tal vez protagonice un escándalo, o piense nuevamente en suicidarme, está todo más que determinado. Pero entonces ya seré vieja y cobarde, con dos o tres hijos que educar, a los que debo ayudar y colocarlos en el mundo, antes de ser capaz de abandonarlo yo. Él, como todos los hombres, se arrepentirá, pedirá perdón, me dirá que me ama y que jamás se volverá a repetir.
Dos o tres años después, otra mujer aparecerá en su vida. Yo lo descubriré, pero esta vez fingiré ignorarlo. Empleé demasiada energía en la amante anterior y no sobró nada precisamente. Es mejor aceptar la vida tal como es en realidad, y no como yo la imaginaba. Así que un buen día, llego a la conclusión de que la vida es así, de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará. Y me conformo. Mi madre tenía razón.
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